«8 de marzo», de Julieta Kirkwood

«Se puede estar de acuerdo o no con la celebración del 8 de Marzo, el Día Internacional de la Mujer. Bien puede ser porque los hechos que se conmemoran hacen referencia casi exclusiva a reivindicaciones políticas y laborales; o bien, porque un solo día no es suficiente para conmemorar las luchas de aquéllas que sostienen la mitad del cielo: o, porque el homenaje significa un nuevo escamoteo —con banda de música— de un problema que internacionalmente aún presenta visos de no resolución.
Todo eso es cierto.
Sin embargo, podemos ver este día, aún un solo día, como símbolo. Como un símbolo que tiene la capacidad de extraer imágenes, recuerdos, propósitos, de la parte oscurecida de la historia; como símbolo de lucha, de rebeldía de las mujeres; como símbolo de su no–aceptación. Como expresión de un nuevo valor ético, develador de mitos y prejuicios persistentes y agobiantes que han determinado para las mujeres la condición de humilladas y ofendidas, desde siempre».
¿Cómo empezó a prefigurarse este símbolo?
La verdad, en esta historia, había tanto que hacer, adquirir alma, humanidad, aprender a leer, a escribir, a ejercer oficios, a independizarse, a asumir la vida, a decidir por sí; a identificarse con las otras, organizarse y luchar larga y duramente por ser sujeto de derechos civiles; por ser ciudadana, por votar, por elegir.
Aprender las ciencias, participar en la cultura; desarrollar habilidades, procedimientos.
Entonces, descubrir que el amor por los hijos, por los hombres, no bastaba. Que no eran suficientes muestras flamantes condiciones de ciudadanas, ni aun nuestra observancia política; que allí estaban las guerras y las dictaduras, la explotación, la miseria, los crímenes y la violencia…
Habíamos aprendido a leer, pero estábamos invisibles en la historia; habíamos aprendido a escribir y estábamos garabateando la torpe y trágica continuidad de la historia de nuestros hijos.
Allí surgió la conciencia, allá la crítica: las mujeres empezamos a decir no; a rechazar la condición de ser un mero puente biológico (algo más cultas, con derecho a hablar, pero no a ser escuchadas) entre pasado y futuro.
Entonces le pusimos un nuevo rostro a nuestra lucha. A esa lucha por ser humanamente co–partícipes en la historia que comienza.
Adherir al 8 de Marzo es empezar por un día. Es empezar a observar y mirarnos hacia adentro; hacia lo que somos, hacia lo que proyectamos. Es mirar nuestro propio rincón e insertarlo en el mundo; es mirar y comprender los significados de nuestro propio quehacer duplicado por la fábrica y por la casa; es ejercer nuestros derechos y nuestras obligaciones a estar realmente en el mundo de la política, de la creación de organizaciones, en la humanización del poder, en la construcción de proyectos sociales.
Adherir al 8 de Marzo es unirnos en el símbolo, no solamente a los primeros Congresos Internacionales de Mujeres, a Clara Zetkin, a las huelgas de mujeres, a la movilización universal antifascista; a Alejandra Kollontai que ruborizó la revolución rusa planteando la revolución del amor.2

Ni es tan solo conmovernos por las 129 mujeres en huelga, en Nueva York, a quienes el patrón, el propietario, les cerró las puertas de la fábrica y prendió fuego al edificio, un 8 de Marzo de 1908…3
Es también descubrir a seis millones de mujeres quemadas, durante cuatro siglos de cultura cristiana occidental, por ser distintas; por manejar hierbas y medicinas; por intentar someter a la naturaleza: recordemos a las Brujas.
Y es por todas aquéllas que en nuestro oscurecido Cono Sur están gritando por el derecho a la vida de aquéllos que han parido: por las mujeres de los desaparecidos, por las encadenadas a las rejas de plazas y Congresos, por las huelguistas de hambre, por la madres «locas» de la plaza de Mayo; por todas aquéllas que hubieron de entender con dolor —no con palabras— que el cariño y el amor no bastan para retener la vida de los hijos, de los esposos; que hay que estar en la lucha, adentro y afuera de la casa.
Pero, es también por la Estela, por la Juana, que lavan pañales, cinco mil cuatrocientos pañales por niño —creced y multiplicaos—; por la Carmen, de rodillas en el barro cosechando porotos, tomates, la simiente que plantó; por las miles de Marías que infatigablemente cocinan–friegan–limpian trapos y platos ajenos. Por Ester, la de los dedos rotos por pelar almendras, en silencio, junto a sus hermanas, en cadena de agro–industria.
Es, en fin, por todas aquellas humilladas, violadas y ofendidas… siempre más que los humillados y ofendidos.
Y es también por nosotras.
A veces un solo día, un solo símbolo sí basta para comprender que todo es político; que todo va a ser tremendamente político para todas las mujeres. Y entonces, quizá —en otro día— nos reencontraremos y aprenderemos todas, una y otra vez, a colmar nuestras futuras alamedas.»

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¶ Editorial de Furia nº3 publicada en el marco del Día Internacional de la Mujer Trabajadora (marzo, 1982). Desde el año 1978, el Departamento Femenino de la Coordinadora Nacional Sindical convoca a la conmemoración de esta fecha. Es el primer acto público que se realiza en dictadura, y convierte al 8 de Marzo en un hito anual de protesta.
2. Clara Zetkin (1857-1933) y Alexandra Kollontai (1872-1952) pertenecen a una generación de socialistas y comunistas cruciales para el desarrollo del feminismo de izquierdas en el primer tercio del siglo xx. Zetkin propuso el establecimiento del Día Internacional de la Mujer Trabajadora en 1910, vigente hasta hoy.
3. El Día Internacional de la Mujer Trabajadora se celebra mundialmente en homenaje a estas mujeres.